sábado, 9 de agosto de 2014

Paulina Vinderman presenta "La mansedumbre del pez"


Lectura del prólogo de Paulina Vinderman


Es éste un libro de una lírica infrecuente. Íntima, personalísima, delicada.
Esa delicadeza que menciono está fuertemente sostenida por una fe profunda en la poesía: como certeza, como conjuro, como destino.
Massola acaricia cada palabra antes de llevarla al papel; dialoga con el silencio, que es también un lugar anhelado, no sólo punto de partida.
La poesía —sabemos— es volver a nombrar, retornar al origen y es en ese viaje donde el poema puede llegar a tocar una ausencia de la que, de no ser por él, no seríamos conscientes (John Berger dixit).
La naturaleza (flores, árboles, estrellas) es para Carolina Massola no sólo fuente de reflexión sino el sitio al que abrazarse; mímesis y esplendor de lo callado, que nos habla desde los cielos ancestrales, como la voz del lenguaje. 
El océano es el dios abisal, “ese universo que nunca veremos”, escribe. Y recuerdo a Pascal Quignard; “donde lo antiguo se precipita”.
Volcarnos en ese azul y convertir nuestra fragilidad y angustia humanas en esa “mansedumbre del pez”, bello y silencioso como la eternidad.
Esa misteriosa belleza nos dan estos poemas: farolitos de papel que iluminan el tránsito por esta tierra (maravillosa y cruel) llena de interrogantes, de amor, dolor, espera y espejismos.
“La mansedumbre del pez”, un libro para atesorar.


-anexo al prólogo en la presentación-


La delicadeza que menciono puede defìnirse mejor como levedad. Un rasgo valioso de la escritura, útil para oponerse a la inercia, a la opacidad del mundo.
Cuando Ítalo Calvino se refìrió a la levedad, en sus “Seis propuestas para el próximo milenio”, recordó a Perseo, único héroe capaz de cortar la cabeza a la Medusa, por volar con sus sandalias aladas. Se apoyó en lo más leve que existe: los vientos y las nubes.
El poeta, se alza, así, a veces, sobre la pesadez del mundo.
Ese aligeramiento del lenguaje se canaliza en un tejido verbal humoso, un polvillo sutil: Cabe aclarar que se asocia a la precisión, no a la vaguedad.
Por eso no se contrapone a lo expresado en mis palabras del prólogo, sobre el modo en que Carolina coloca cada palabra sobre el papel con cuidado extremo, nada azaroso del todo, como si esas palabras fueran leídas a la luz de una vela o de una luna escasa.
La magia nace de ese retiro-incertidumbre-objetos talismanes-alimento de caracoles-sueños sospechosos.
“Habrá también que sabotear el vuelo”, afìrma Massola. Pero no lo hace. No lo hace y nos entrega entero el sueño, el señuelo y la confìanza de que “no todo es profanado”.

Paulina Vinderman


Bs.As., 23 de mayo 2014.

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