Lectura del prólogo de Paulina Vinderman
Es éste un libro de una lírica
infrecuente. Íntima, personalísima, delicada.
Esa delicadeza que menciono está
fuertemente sostenida por una fe profunda en la poesía: como certeza, como
conjuro, como destino.
Massola acaricia cada palabra
antes de llevarla al papel; dialoga con el silencio, que es también un lugar
anhelado, no sólo punto de partida.
La poesía —sabemos— es volver a
nombrar, retornar al origen y es en ese viaje donde el poema puede llegar a
tocar una ausencia de la que, de no ser por él, no seríamos conscientes (John
Berger dixit).
La naturaleza (flores, árboles,
estrellas) es para Carolina Massola no sólo fuente de reflexión sino el sitio
al que abrazarse; mímesis y esplendor de lo callado, que nos habla desde los
cielos ancestrales, como la voz del lenguaje.
El océano es el dios abisal, “ese
universo que nunca veremos”, escribe. Y recuerdo a Pascal Quignard; “donde lo
antiguo se precipita”.
Volcarnos en ese azul y convertir
nuestra fragilidad y angustia humanas en esa “mansedumbre del pez”, bello y
silencioso como la eternidad.
Esa misteriosa belleza nos dan
estos poemas: farolitos de papel que iluminan el tránsito por esta tierra
(maravillosa y cruel) llena de interrogantes, de amor, dolor, espera y
espejismos.
“La mansedumbre del pez”, un
libro para atesorar.
-anexo al prólogo en
la presentación-
La delicadeza que menciono puede
defìnirse mejor como levedad. Un rasgo valioso de la escritura, útil para oponerse
a la inercia, a la opacidad del mundo.
Cuando Ítalo Calvino se refìrió a
la levedad, en sus “Seis propuestas para el próximo milenio”, recordó a Perseo,
único héroe capaz de cortar la cabeza a la Medusa, por volar con sus sandalias
aladas. Se apoyó en lo más leve que existe: los vientos y las nubes.
El poeta, se alza, así, a veces,
sobre la pesadez del mundo.
Ese aligeramiento del lenguaje se
canaliza en un tejido verbal humoso, un polvillo sutil: Cabe aclarar que se
asocia a la precisión, no a la vaguedad.
Por eso no se contrapone a lo
expresado en mis palabras del prólogo, sobre el modo en que Carolina coloca
cada palabra sobre el papel con cuidado extremo, nada azaroso del todo, como si
esas palabras fueran leídas a la luz de una vela o de una luna escasa.
La magia nace de ese
retiro-incertidumbre-objetos talismanes-alimento de caracoles-sueños
sospechosos.
“Habrá también que sabotear el
vuelo”, afìrma Massola. Pero no lo hace. No lo hace y nos entrega entero el
sueño, el señuelo y la confìanza de que “no todo es profanado”.
Paulina Vinderman
Bs.As., 23 de mayo 2014.
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