domingo, 27 de julio de 2014

Ana Lafferranderie presenta "La mansedumbre del pez"


La palabra “resuena constante”, dice Carolina Massola en una suerte de acápite que abre  “La mansedumbre del pez”.  En este libro la palabra hace posible la continuidad, reinaugura, pretende un modo de retener lo que huye.  Ese pez escurridizo como la vida.

Pensar  la mansedumbre como cualidad de algo que se fuga  supone una  tensión.  Buscar  -  en  eso que Carolina  nombra como “el  sentido fugitivo”-  las formas calmas,  los tramos lentos.  Quizás  sea  ese  el modo en  que  interviene la poesía y  nos permite así,  mientras sucede,  domesticar al pez, dar sentido  al transcurso,  peso al  instante del trayecto.

 “La mansedumbre del pez” es  un libro signado por la realidad de lo efímero, lo fugaz.  “Si  fuera posible (…) demorarse en un parpadeo al menos",  dice Carolina y  por ese deseo  su  andar poético se ralentiza, capta y  captura, invoca, crece en su experiencia.

La poeta  nos lleva de escala en escala,  desde el gran territorio del océano a la forma del pétalo. Se  asume frente a  las diferentes dimensiones de la vida,  aún  las más áridas y costosas.  Mira lo vital en sus distintos signos y  lo acepta con una visión  integradora.  La  poesía  hace posible esa aceptación  porque  se instala en el universo del instante  y   permite, como señalan  los versos de  Carolina,  retener el  “tallo que no vive la próxima primavera”, “recolectar tardíos rumores nocturnos”, esperar “ del silencio alguna espontaneidad”.


"Si no supiera del regalo efímero", dice la poeta, pero  sabe: es un regalo que se toma con plena conciencia del  límite,  de  la  pérdida. Frente a esa conciencia y  a cierta impotencia,  las  imágenes de  continuidad  tranquilizan: que los árboles sigan erguidos, que vuelva a nacer la flor.  Carolina nos dice  que esa continuidad de algún modo va a incluirnos, que la derrota no será total porque hay una ligazón profunda con lo anterior y  con  lo que sigue.  Se reconoce así  como  parte de una  trama y  asume un lugar en ella, una función que es también la de delegar  la  concreción de lo poético,  pasar la posta:    “Tú/ escarabajo antiguo, dice, (...)  no olvides reproducir la flor”.

Así  es este libro, vital, existencial. Signado por el ansia de abarcar, de alcanzar el universo en todas sus manifestaciones aun sabiendo que  nada nos pertenece,  que incluso eso que viene hacia nosotros,  en su  propio movimiento de acercarse,  ya no es.  
"Deja  que todo se desgaje", nos  dice la poeta  pero al mismo tiempo insiste: “Y sin embargo floración entre los ojos”  

A través de un lenguaje pródigo y  sonoro,  el yo de este libro se involucra, se brinda, va al rescate: “Claro que alimentaré luciérnagas abandonadas”, anuncia. Y el mundo se llena de pequeñas iluminaciones. “Ahora llegarán quienes se alimenten de mí/  Y sobrevivan el hambre de mantenerse vivos”, avisa después.  Y nos hace parte de esa avidez, de esa batalla.

Este libro  nos viene a decir  que aquello que se alcanza,  se alcanza - antes que nada- adentro, en el universo sensorial y simbólico que somos, en nuestra propia percepción. Y en ese espacio de libertad -  que es el de la poesía -,  se suspende la imposibilidad.

Nos  habla también de ir hacia  aquello que  el fluir  automático de la vida  soslaya.  De mirar “cuerpos encendidos en plenitud de buscarse”.  De encontrar alimento  donde parece no haberlo (en “caracoles antiguos disecados al sol de la tarde”).  Nos habla de la distancia, de la  incertidumbre. Y nos hace saber que ahí crece la vida. 

“Si las agallas para morder un anzuelo me acontecieran”, dice Carolina. Y claro que acontecen.  En esta mansedumbre la poesía es bella y  triste. Viene con su carga de perturbación, implica el valor de aceptar.  Pero también trae la  dicha  de  saber  que se ha estado,  se ha procurado el mundo, se conoce el impulso del ansia,  la aproximación del decir.  La valentía de morder el anzuelo y  el capricho de alimentar luciérnagas.  Todo eso vive en este libro y en el mundo poético de Carolina Massola.  El desafío de la calma, el destello de la floración.  El “Objeto desconocido” que se busca,  se persigue.  Ese es  su  alimento y  es el alimento que nos da,  generoso,  para viajar,  “para remar  el río”,  tal como ella  dice, “para buscar otras costas” donde su remo quiera descansar.

 Ana Lafferranderie

Bs.As., 23 de mayo 2014

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