“…Pero nosotros no somos prisioneros. No hay trampas
ni lazos puestos a nuestro alrededor, y no hay nada que deba angustiarnos o
atormentarnos. Estamos situados en la vida como en el elemento al que más
correspondemos y, además, por una adaptación de milenios nos hemos vuelto tan
semejantes a esta vida que, cuando nos quedamos quietos, por un feliz mimetismo,
apenas si se nos puede distinguir de todo lo que nos rodea. No tenemos ningún
motivo para desconfiar de nuestro mundo, pues este no está contra nosotros. Si
tiene horrores, son nuestros horrores;
si tiene abismos, estos abismos nos pertenecen; si hay peligros, tenemos que
intentar amarlos. Y sólo con que dispongamos nuestra vida según la norma que nos
aconseja que nos tenemos que atener siempre a lo difícil, lo que ahora se nos
aparece todavía como lo más extraño, llegará a ser lo más cercano, lo más leal
a nosotros. Cómo podríamos olvidar esos viejos mitos que están en el comienzo
de todos los pueblos, de los mitos que tratan de los dragones que en el momento decisivo se transforman en princesas; quizá todos los
dragones de nuestra vida son princesas que sólo esperan vernos alguna vez
bellos y animosos. Quizá todo lo horrible es, en lo más profundo, lo
desamparado, lo que quiere ayuda de nosotros.”
Versión de Oscar Caeiro
de Cartas a un joven poeta. Ed. Losada S.A. 2004. Buenos Aires.
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