jueves, 29 de agosto de 2013

Estado de gracia por Paulina Vinderman




Gilles Deleuze dijo una vez que “un escritor es siempre como un extranjero en la lengua en que se expresa, aún si es su lengua natal. Un extranjero en su propia lengua. Labra en su lengua una lengua extranjera no preexistente”.
Carolina Massola, en su primer libro, conoce a fondo esa utopía poética de nombrar lo imposible; de ahí su hincapié en la brevedad, en lo epigramático, en el silencio como interlocutor privilegiado del diálogo lírico que se establece “con-dentro” del lenguaje.
Es un verdadero “estado de gracia” (Carolina lo sabe) el momento en el cual el lenguaje irrumpe en busca de sentido, de comprensión, de unión (esa unión perdida) con el mundo, y del apasionado intento de “tocar” esa ausencia;

en este ahora en que el barro salpica mi lengua
sólo esta escritura dice lo que no puedo hablar

“Estado de gracia” está bordado con verdaderas miniaturas metafísicas colmadas de belleza:


condenada al silencio dentro del remolino
el tiempo es el mismo


El yo lírico se desdobla y ruega:


encerrada entre la hoja y yo intento ser algo más bello
algo puro        que nadie pueda tocar


El estado de gracia del que habla el título incluye una gracia de lenguaje; hallazgos de lenguaje que templan el dolor, lo conjuran. Carolina Massola nos entrega los poemas con suavidad, como espiando detrás de la puerta; poemas - piedritas luminosas (aunque sean ásperas), que fue encontrando en las orillas de la existencia.

no negaré la flor en el ojal
tengo un cementerio lleno de flores donde olvidarla



los santos se burlan
sus dientes impecables brillan en mi oscuridad


Una sabiduría ancestral y rara, dada su juventud, flota en este libro y nos conduce a ese poder que la poesía conlleva: el territorio de lo esencial, del origen; fragmentos de sombras que rodean nuestra identidad y dejan una huella de ese misterio que somos.
Esa sabiduría que menciono no puede, claro está, desconocer la intemperie, la herida constante de la conciencia de la escritura:


construyeron un collar de palabras
para ahorcarme con ellas

Y

las paredes callan
ellas sólo aprietan los cuadros colgados


A veces, la desesperación ocupa todo el lugar y la sutil ironía desaparece:


he reclamado con aullidos
sobre cadáveres blandos
una caricia de perro una ilusión de canto


Carolina canta con destreza mientras espera la “ilusión de canto”. Tampoco, palabra completa la suya, puede eludir la crueldad:


mato niños como moscas
en el sueño de cuatro paredes blancas


En el final del libro nos abre una puertita esperanzada y vívida:


siempre habrá una orilla donde descansar



Si la palabra poética atesora tanta verdad es porque nos entrega certeza (la intensidad de la certeza) y nos habla siempre de la vulnerabilidad de la condición humana, esa fragilidad más preciada y preciosa; la vida. Una linterna en la oscuridad. Esa linterna, ese fanal, es exactamente lo que nos entrega Carolina Massola en este libro, que celebramos hoy y agradecemos.

Quiero terminar con un acertado texto del poeta italiano Valerio Magrelli, que parece escrito para esta noche:


Prefiero venir desde el silencio
para hablar. Preparar la palabra
con cuidado, así llega a su orilla
deslizándose sumisa como una barca



                                                         Paulina Vinderman
                                                     Buenos Aires, marzo 2010



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