lunes, 25 de febrero de 2013



      “La poesía, dice Max Picard, viene del silencio, es como un vuelo sobre el silencio, como un vuelo circular sobre el silencio”. He aquí la clave de Estado de gracia, este libro de Carolina Massola cuyos textos emergen del  océano de lo inefable y hablan tanto por lo dicho como -acaso más- por lo no dicho. Se trata, como advierte la autora, de un proceso alquímico, trance poético que convierte en palabras lo indecible y, valga el oxímoron, confirma la conocida paradoja: la palabra dos veces palabra es muda. Muda en tanto y en cuanto lo que calla habla por ese mismo callar y, como la piedra arrojada al agua, forma círculos concéntricos que expanden la significación hasta devolverla, despojada de toda contaminación, a su fuente primordial. Es lo que Carolina Massola llama la mudez del alma, que desplaza al autor, inclusive al yo lírico, para convertir en sujeto a la propia escritura: en mis peores horas / en las que no soy / sino una escritura que escribe lo que yo no podría. Y, como lo que habla es la escritura, su poesía oscila entre la revelación y el ocultamiento: nadie en la noche de bocas negras / ni el vuelo de la mosca / ni el quejido del niño / porque soy el sepulcro / que guarda el silencio casto / y queda / a la deriva. No estamos, en modo alguno, en el campo de la fragmentación, porque ésta es una mera segmentación verbal. En el caso de Estado de gracia cada texto está integrado-transustanciado- con el “mutismo eterno”, cuya implosión, en lugar de fragmentar, convierte a cada unidad lírica en totalidad. Es decir, cumple con el dogma metapoético: dice lo que las palabras no pueden decir. cuando sueñe con el sueño que se escribe eterno / sólo déjenme dormirlo / siempre.
                                                                                               HORACIO CASTILLO

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