domingo, 23 de agosto de 2015

Ana Lafferranderie, "Día primero"

fotografía de Marilina Castañeda














Atrapar el agua podría ser uno de los gestos de réplica a estos poemas. Atrapar el agua y con ella ese movimiento que cede ante lo que no se puede llevar a cabo, no de manera exacta o completa. Casi como el acto imposible de retener el aire en la mano, cada instante o cada movimiento… o incluso lo que queda de nosotros en cada uno de esos movimientos. ¿En cuántos mundos vive un poeta? ¿Y cómo se desliza hasta esos otros mundos? Es el detalle el que lleva y empuja hacia allí y es el poeta el encargado de descifrar estos pasajes por donde nos enseña a deslizarnos Ana Lafferranderie en "Día primero".


Estabas frente al gran mundo, sólo viste
pequeños movimientos de un cuerpo agitándose.
Ese es tu acento, un detalle
te lleva a tantos lados
y no hay manera de regresar completa,
siempre algo tuyo se queda en otro sitio
desperdigándote.

Una ligera agitación te trajo
de vuelta a este momento, ves pasar
los diminutos peces
sobre un declive mínimo del agua, te vas
tras el reflejo de una rama elástica,
la travesía de una forma.


El poema se instala en mí junto con la pregunta; ¿pero hay manera acaso de regresar completa?, mientras ya estoy yéndome, mientras me lleva esta voz sutil y potente a la vez hacia ese "declive del agua", la siento como una ola sutil, así, como se va presentando este decir, como ese "declive mínimo del agua" que nos trajo. Así, esta voz es una voz que invita a irse con ella, a buscar el reflejo, el ínfimo parecer de las cosas en todas sus variaciones, para renacer, para traer algo nuevo una y cada vez…


Desde la ventanilla ve pasar
calles, colores esporádicos
la imagen de la madre en el andén
haciendo frente a esa retirada.

Fija la vista en la línea de la ruta,
modos precarios de sí misma sucediéndose.
Algo la habrá animado, una palabra
para el giro de las ruedas, avisos
de la luz detrás del cerro,
al pasar el puente se siente reír.

Reclina de a poquito el respaldo,
se entrega al círculo blanco del descanso,
después son los rituales del viaje confortable
que hacen espacio para un giro adentro
y entonces (¿no es la vida?)
el pensamiento
conforma algo de un día primero,
una pequeña variación que ayude a recomenzar.


Hay una forma que varía en el transcurso de los poemas y cada variación trae otro movimiento, uno nuevo. El movimiento y lo estático se unen en un punto, tal vez en donde se detiene la mirada… Entonces descubrimos que toda esa sutileza de los poemas que nos hamaca está en ese mostrar cómo lo quieto y lo volátil son la misma cosa. En el poema esto se conjuga:


Fue tan simple ese día, saltabas por la casa.
Llegó con la forma de un lugar ansiado,
era tu misma sorpresa desbocándote.
La conocés más íntima,
resurge algunas noches cuando todo
parece detenerse.
Es el triunfo de una pequeña euforia.
Te conduce liviana, abiertos los sentidos
hasta que una puntada muy fina te atraviesa

y con ella o por ella te hundís en ese aire,
en tu forma más blanda, para que dure.


De lo que nos habla la poeta es precisamente del instante, ese que deviene otro instante y otra forma y lo que se va es, definitivamente, lo que se queda en el poema, como una estela inaprensible de la vida. Ana Lafferranderie ensaya la captura de ese tiempo y nos lo entrega como una ofrenda.


Todo lo que ahora niegues va a temblar.
Es tan delgado el hilo que se enhebra
con la vista prendida en el instante.
Tu forma de estar en el mundo
alguna vez se irá, cualquiera sea.
Podés soltar el botón de la blusa,
buscar tu imagen en el reflejo del vidrio,
imaginar los meses que vendrán
con la avidez de querer llegar a todo:

van a seguir pasando nubes a punto de caer.
Nubes y pájaros,
y cada partícula en su único trayecto.



***


Todo convive aquí, todo desplaza
la quietud receptiva de esa silla
la grieta del primer escalón.
La trampa de contar los minutos,
cada mañana de ir y venir.
Un gesto que es el mismo y no parece
esa ventana que se empieza a entornar.

El poema de Strand,
las palabras que cambian el rumbo de una idea
esta confianza que no sé retener.
Cada pregunta que no develaría
el motivo de estar
eso que insiste, flota comprimido
la esquina donde se agolpa el mundo
se agolpa hasta caer.

Y el deseo, ese otro yo que expande sus sentidos
una energía tibia que me ablanda,
hace de mí esta nuca que gira

y la señal de alerta que frenaba
tu cuerpo sumergido
el modo íntimo que se vuelve altavoz.


Ahora esta leyenda,
esa memoria de parir sin cuerpo
un foco blanco sobre todas las cosas
el duelo de aceptar tu forma
cualquier influjo de próximas palabras
la mirada
que vuelve sobre el tiempo,
el tiempo que no es.



                               ***


Esto en verdad no avanza
el polen y el tallo
caen en un lugar centrífugo.
La vida ocurre en un eje suficiente
no va hacia adelante, cambia en su lugar
mientras el corazón se arrima a lo que ansía
encuentra un nuevo paisaje de palabras
o se rinde al letargo.



                               ***



No permanece, mueve sus condiciones
cambia a cada momento como la luz
como aquella que viste desde el puente
por donde ibas con la soga suelta.
Esto no se detiene, apenas se establece
mientras la sombra de lo que es
y lo que pudo ser se aúnan,
cada elemento conjugado ablanda su posición.

Solo eso, y la voz
que insiste en atenuar
y el ejercicio de llegar a tiempo
a frenar las pequeñas desolaciones.


Algunos poemas del nuevo libro de Ana Lafferranderie; Día primero publicado por Ediciones del Dock –a punto de salir de imprenta–.

Selección de poemas e impresiones varias, Carolina Massola.

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