Dice Rodin:
“No se trata para mí,
es decir, el plástico por excelencia, de ver o estudiar los contornos o los
colores, sino más bien lo que hace mi
arte: la superficie, su naturaleza. Si ella es rugosa o lisa, brillante o mate;
no en su apariencia, pero sí en su realidad internan en “sí misma”. Los
objetos, desde este punto de vista, no son engañadores. Este pequeño caracol
evoca las obras maestras del arte griego: igual simplicidad, igual pulimento,
igual fulgor interior, igual alegría grave en su superficie… Sí. En este
sentido, los objetos no nos equivocan. Encierran las leyes en su estado puro.
Todos los pedazos de este caracol serán siempre de la misma especie, serán
siempre rastros del modelado griego… Este caracol no cesará jamás de ser un
todo desde el punto de vista de su modelado, y el menor fragmento será siempre
modelado griego…
(…)
…es menester trabajar,
nada más que trabajar. Y hay que tener paciencia. No hay que pensar en realizar
esto o aquello: basta buscarse hasta construirse un medio de expresión,
personal. Y, entonces, de inmediato, decir todo, todo. Es necesario trabajar,
tener paciencia. No mirar ni a derecha ni a izquierda. Conducir toda la vida en
esta esfera; no tener nada fuera de esta vida”.
Escribe Rilke:
“Es preciso sacrificar
todo lo demás. El malestar en la casa de Tolstoi, las escenas incómodas en casa
de Rodin, tienen una misma significación. Hay que elegir: lo uno o lo otro. La
felicidad o el arte. Uno debe encontrar la felicidad en su arte, me repetía
Rodin. Todo esto es claro, muy claro. La vida de los grandes hombres es un
camino abandonado, invadido por la maleza; pues ellos se realizan
exclusivamente para su arte. La otra vida queda atrofiada, como un órgano del
que no se servirá más…”
Versión del francés José D. Espeche Lavie
Rainer M. Rilke, Cartas a Rodin, Buenos Aires, Editorial Leviatán, 1998
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