domingo, 7 de abril de 2013

Friedrich Hölderlin


1

Salgo todos los días, siempre buscando un algo diferente,
ya he interrogado a todas las sendas del país,
ya visité todas las sombras y lo alto de las colinas frescas,
y las fuentes; arriba y abajo anda errante mi alma,
implorando reposo: de esta manera huye el ciervo herido hacia
          los bosques,
a donde a mediodía era costumbre suya descansar, a la sombra,
          tranquilo,
pero el lecho de musgo ya no es deleite para su corazón,
gime insomne, y el aguijón le espanta, inútil ya
el calor de la luz y el frescor de la noche
y baña en vano sus heridas en las olas del río.
Y como en balde tiende para él la tierra sus hierbas curativas,
y ninguno de los céfiros calma su sangre ardiente,
igual, parece, oh amigos, me pasa a mí, y nadie,
díganme, ¿nadie puede quitarme de la frente el triste sueño?


2

Sí, dioses de la muerte, sé que es vano suplicar, rebelarse
cuando tienen al hombre vencido, encadenado,
cuando lo aprisionan en la terrible noche,
de nada sirve ir contra ustedes, suplicar o buscarlos,
ni vivir con paciencia en este destierro de temor
y escuchar sonrientes su canto sereno.
Si debe ser así, olvida tu felicidad y duerme enmudecido.
Pero un sonido esperanzado en tu pecho germina,
no te es posible acostumbrarte, ¡no siempre puedes, alma mía,
y fantaseas en el interior de un sueño inalterable!
No es una fiesta para mí, sin embargo quisiera coronarme de
          flores;
¿no estoy, acaso, solo? Pero algo apacible debe venir a mí
desde muy lejos, y debo sonreír y sorprenderme
al pensar qué dichoso me siento en medio del dolor.


5

Quisiera festejar, sí, pero ¿qué? y cantar con los otros,
pero en mi soledad nada de lo divino perdura en mí.
Ése es mi mal, lo sé, por eso un maleficio paraliza
mis tendones y me postra nada más comenzar,
y así quedo, insensible para el día, y enmudezco al igual que
          los niños,
sólo que a veces de mis ojos fríos se desliza una lágrima,
y las plantas del campo me entristecen, y el canto de los pájaros,
porque con su alegría son heraldos también de lo divino,
pero en mi pecho estremecido el sol se pone
fríamente y estéril, como rayos nocturnos,
y fútil y vacío, ¡ay!, como muro de cárcel,
el cielo cuelga su pesada carga sobre mi cabeza.



Lamentaciones de Menón por Diótima / Las grandes elegías (1800-1801)
Versión de Jenaro Talens (adaptación C. Massola)
                                                   poesía Hiperión

2 comentarios:

  1. Sublime Holderlin, hace poco estuve releyendo parte de su correspondencia y con asombro cada oracion sonaba a un lejano deja vu.

    Genial compartir estos verso.

    Saludos!

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  2. Tarde, pero seguro, acá dialogo con tu comentario... No leí su correspondencia, sería interesante. Gracias y abrazo!

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